Yurakaré

El idioma yurakaré es hablado por los indígenas del mismo nombre (también llamados yuracaré, yurucare, yurujure en la literatura), una población que vive en el piedemonte de los Andes bolivianos (ver Geografía). En razón de la amplia diseminación de sus locutores, el número total de los hablantes no es conocido con precisión. Según los autores, las estimaciones propuestas varían desde 200 hasta más de 3000 pero se puede considerar la cifra de 2500 hablantes como la más cercana a la realidad. De vez en cuando, los yurakaré han sido divididos en dos ‘sub-grupos’ (d’Orbigny 1839, retomado por Métraux 1942). Estos ‘sub-grupos’ llegan a ser presentados ahora como dialectos distintos del yurakaré (Gordon, ed. 2005). No obstante, tales datos carecen de pertinencia. La investigación etnohistórica muestra que los yurakaré conforman un grupo lingüístico y cultural homogéneo (ver Población y Cultura). Además, si existen variaciones leves en la forma de hablar entre las comunidades de hablantes, estas variaciones no son suficientes para sustentar una clasificación dialectal interna.

Clasificación

La mayoría de los investigadores que han estudiado las familias lingüísticas de América del sur, han clasificado el yurakaré como un idioma aislado (Chamberlain 1931, Rivet y Loukotka 1952, McQuown 1955, Loukotka 1968). Otros autores, sin embargo, han propuesto incluirlo en familias más genéricas. Swadesh (1959, 1962) por ejemplo, considera el yurakaré como parte de la constelación Macro-Quechua que incluye, entre otros, los idiomas itonama, mosetén y cayubaba. Greenberg (1987) y Key (1979) clasifican el yurakaré como un idioma ‘ecuatorial’ en el tronco ‘andino-ecuatorial’, en el mismo grupo que los idiomas arawak y tupi-guaraní. Suárez (1974) por su parte, propone vincular el yurakaré al mosetén (una idea ya sugerida por Métraux, en un comentario a Mason 1950:275) y ambos al chon y al grupo pano-tacana. Todos estos idiomas conformarían un tronco llamado ‘Macro-Pano-Tacana’. Ninguna de estas tentativas de clasificación se fundamenta sobre datos realmente convincentes.
El yurakaré se ubica en una zona fronteriza entre dos grandes áreas lingüísticas y culturales – los Andes y la Amazonia – que recientemente fueron el objeto de nuevas síntesis al nivel lingüístico: Dixon y Aikhenvald, eds. (1999) sobre los idiomas amazónicos y Adelaar con la colaboración de Muysken (2004) sobre los andinos. Dixon y Aikhenvald consideran que el yurakaré se encuentra más allá del área que definen como amazónica; Adelaar y Muysken, por esta razón, les prestaron una atención particular. Sin embargo, concluyen a su vez, que quedan fuera de la zona Andina. La posición fronteriza del yurakaré frente a estos dos bloques, su relativa proximidad geográfica de los idiomas del Chaco (familia guaycurú y zamuco), su vecindad con una cantidad considerable de idiomas aislados (mosetén/chimane, movima, cayubaba, canichana, itonama) o no clasificados y desaparecidos desde ya mas de tres siglos (gorgotoqui, rache) son varios elementos que hacen de su estudio profundizado una tarea particularmente rica en perspectivas para comprender la situación lingüística compleja de la zona y su historia de largo plazo.

Situación contemporánea del idioma

Hoy en día el idioma yuracaré puede considerarse como un idioma en peligro (cf. www.tooyoo.l.u-tokyo.ac.jp). Si bien el criterio cuantitativo del número de hablantes en si mismo, no es suficiente para definir el grado de riesgo en que se encuentra un idioma, se reconoce generalmente que es “un índice inmediato de una situación de peligro” (Yamamoto 1997, citado por Crystal 2000:14, nuestra traducción). Teniendo en cuenta que 100 000 hablantes ha sido sugerido por Michael Krauss (cf. Nettle y Romaine 2000:8) como el umbral mínimo de hablantes para que un idioma pueda considerarse ‘a salvo’, no cabe duda que con 2500 hablantes el yuracaré, esta lejos de satisfacer tal condición. Además, este criterio cuantitativo es solo uno de los elementos que permite establecer el nivel de exposición al peligro de un idioma, y debe ser ponderado por otros factores.
Así se debe tener en cuenta el uso transgeneracional del idioma en la comunidad de hablantes. En la escala de cinco niveles que propone Wurm (1991:192) ese criterio, es incluso el que más peso tiene. En esta perspectiva la situación del yurakaré es particularmente preocupante. En la mayoría de los lugares donde es hablado, una profunda crisis de transmisión tuvo lugar más o menos hace 15 a 20 años. Fue de tal agudeza que la generación de los adolescentes de hoy tiene nada más que un conocimiento pasivo (a veces incluso débil) del idioma, sin ser más capaz de hablarlo. En el rango de edad de los 20 y 30 años, la tendencia es también al uso del español más que del yurakaré, incluso entre personas que todavía podrían hablarlo con fluidez. En todos los rangos de edad, se habla mayormente en español si esta presente un locutor no yurakaré, mientras que el yurakaré se usa más que todo en un contexto familiar o íntimo. Desde que los yurakaré viven en comunidades mixtas, con personas de otros grupos étnicos, y que se incrementaron sus interacciones con personas que no hablan su idioma, como los emigrantes ‘campesinos’ andinos (quechua e hispano hablantes) los mojeños (más que todo trinitarios – arawak – pero también cada vez más monolingües español) esta situación se ha generalizado, el español volviéndose el idioma en común. Sin embargo, en caso de necesidad los yurakaré son prestos a aprender otros idiomas también, como es el caso de los que están en contacto estrecho con los chimane (en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure, o los que viven en las riberas del río Maniquí) quienes a menudo aprenden el idioma de sus vecinos.
La ruptura de transmisión, como el uso cada vez restringido del idioma tiene también probablemente que ver con otro criterio muy importante para entender la pérdida y el olvido de un idioma propio, que toca a la identidad de los propios hablantes y el autoestima que tienen de si mismos como personas diferentes (cf. Grenoble y Whaley 1998: ix). El autoestima de los yurakaré en este sentido es bastante baja, por varias razones. Marginal y marginalizados económicamente y culturalmente, padecen de una desvalorización histórica en sus interacciones con la población boliviana mestizo-criolla, quien consideró durante mucho tiempo, que eran, de la misma manera que sus vecinos yuquí (tupi-guaraní), ‘bárbaros’, ‘salvajes’. El uso de tal terminología tiende por suerte a disminuir, pero la voluntad de escapar a tales estereotipos explica seguramente, en buena medida, la voluntad de las nuevas generaciones yurakaré de romper con una cierta identidad suya, una ‘revolución’ que no dejó inmune la práctica de su propio idioma.

Estudios sobre el idioma

Los estudios consagrados hacia la fecha sobre el idioma yuracaré se deben primeramente, como a menudo fue el caso en América, al empeño misionero, católico en primer lugar y protestante después. El ‘fundador’ de los estudios lingüísticos sobre el yurakaré fue el Padre franciscano Lacueva (de vez en cuando La Cueva) que vivió casi dos decenios en su compañía, entre fines del siglo XVIII y los años 1820. Reunió un amplio material mas que todo lexicográfico, que recogió el naturalista d’Orbigny durante su viaje por Bolivia. Sus manuscritos quedaron durante muchos años sin publicación hasta que fueron ‘redescubiertos’ por Brinton (1891) y que Adam (1893) se encargó de ponerlos a la luz. La obra de Lacueva sigue siendo un trabajo de referencia no solamente por su amplitud sino también por su precisión teniendo en cuenta la ausencia de capacitación lingüística de su autor. Otro misionero que participó a la última tentativa de evangelización franciscana de los yurakaré (1904-1920) produjo un bosquejo gramatical del yurakaré (Lasinger 1915). Durante la segunda mitad del siglo XX, los misioneros de Nuevas Tribus, encabezados por Marge Day, se interesaron de cerca al idioma yurakaré. Lograron traducir partes de la Biblia, dejaron un manual de aprendizaje del idioma en inglés con amplias notas gramaticales y un excelente diccionario bilingüe yurakaré-español y español-yurakaré (Nuevas Tribus [sf.] y 1991). Ambos trabajos quedaron más que todo para fines internos de los misioneros y tuvieron una difusión restringida.
Fuera del ámbito religioso, pocos fueron los trabajos con material lingüístico relevante para el estudio del idioma yurakaré: dentro de los vocabularios los más importantes son los colectados antiguamente por el naturalista Haenke a fines del siglo XVIII (Gicklhorn 1997 [1962-1963]), el ingeniero von Holten (1997 [1877]), y el viajero y naturalista Boliviano del Castillo (1929), en fin hace poco por R. Querejazu (2005). El diccionario yurakaré-castellano, castellano-yurakaré, producido por J. Ribera y firmado en conjunto con dos hablantes del idioma (cf. Ribera, Rivero y Rocha 1991) es el único trabajo lexicográfico producido fuera de un contexto de evangelización que se acerca a la calidad de los trabajos misioneros. En el ámbito académico contemporáneo, los trabajos de primera mano sobre el idioma yurakaré tuvieron que esperar hasta los primeros años del siglo XXI para ser publicados (cf. van Gijn 2004, 2005, 2006).
En el futuro inmediato, se espera más publicaciones con información sobre el idioma yurakaré: Hirtzel (en prep.) es un estudio etnográfico sobre la construcción de la identidad de los yurakaré, que contiene bastante material sobre el idioma y su uso. Van Gijn & Hirtzel (en prep.) es un diccionario basado en el uso del idioma, incluyendo un amplio corpus de ejemplos y una amplia información tanto gramatical como antropológica. Además, se planifica la redacción de varios artículos sobre aspectos específicos del idioma por los miembros del proyecto.

Referencias:

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